El árbol de la ciencia de Pío Baroja

Arthur Schopenhauer

In this extract Baroja acknowledges studying Schopenhauer.

Nuestras costumbres no eran, ni mucho menos, del Bajo Imperio. Los sábados íbamos al café, y como uno no estaba acostumbrado a tomar un vaso grande de café con leche, probablemente con achicoria, poco después de cenar, o una botella de cerveza, con frecuencia algo de esto le hacía a uno daño o no le dejaba dormir. Después del café solíamos ir al teatro, al paraíso, a las últimas funciones, por horas, y también a los cafés cantantes a ver el zapateado violento de una bailaora o a oír los jipíos de algún cantador gordo y ridículo. Si lo de la calle no era espléndido ni pomposo, lo de casa, desde este punto de vista, no era mejor.

Ahora, por lo que veo en algunas familias, los jóvenes tienen su cuarto de estudio. En mi tiempo no había eso. La instalación de la clase media era un poco míseria. Los chicos en el comedor ante la luz del quinqué de petróleo y a veces de la candileja de aceite.

Las casas tenían entonces pocas comodidades. No había cuartos de baño, pocas estufas y mucho menos calefacción central; se leía y se escribía en el rigor del invierno al calor del brasero.

La luz eléctrica ha influído mucho en la vida y sobre todo en las ideas de la gente. En uno de aquellos clásicos comedores de hace más de cuarenta años, con su papel un poco ajado, con alguna estampa o algún cromo en las paredes y su lámpara mortecina y triste, no se podían tener más que ideas descentradas y románticas.

En las calles de la ciudades ha sucedido lo mismo, y los focos de la luz eléctrica han disipado muchas nieblas y oscuridades de la cabeza de los hombres. Recuerdo haber ido a París a final del siglo XIX. En casi todos los hoteles del barrio latino se usaban todavía velas y lámparas de petróleo, y, como correspondiendo a esta iluminación, había bohemios y tipos extravagantes y misteriosos. Años después, al dominar la electricidad toda la fauna rara y absurda, desapareció de las calles parisienes como las lechuzas y los buhos a la luz del sol.

En esa época de estudiante de que hablo era yo un sectario; me sentía republicano intransigente. Creía que una revolución como la francesa era un espactáculo indispensable en todos los países, y un poco de terror y de guillotina me parecía una vacuna necesaria para los pueblos.

Pronto dejé el credo republicano y evolucioné hacia el anarquismo.

Mi anarquismo era un anarquismo schopenhaueriano y agnóstico, que se hubiese podido resumir en dos frases: No creer, no afirmar.

Schopenhauer fue el primer autor de obras de filosofía importante que leí. Después leí otros filósofos, pero ya no me hicieron tanta impresión.