Paseo, by José Donoso

Section 3

Jamás me gustaron los perros. Tal vez alguno me haya asustado siendo yo muy niño, no lo recuerdo, pero siempre me han desagradado. En todo caso, por aquella época mi desagrado por esos animales era inútil, ya que en casa no había perros, y como yo salía poco, se presentaban escasas ocasiones para que me incomodaran. Para mis tíos y mis padres, los perros, como todo el reino animal, no existían. Las vacas, claro, suministraban la crema que enriquecía el postre dominguero servido sobre una bandeja de plata; eran los pájaros los que al crepúsculo piaban agradablemente en la copa del olmo, único habitante del pequeño jardín al que la casa daba la espalda. Pero el reino animal existía sólo en la medida en que contribuyera al regalo de sus personas. Para qué decir, entonces, que los perros, haraganes como son los perros de la ciudad, ni siquiera les rozaban la imaginación con una posibilidad de existencia.

Es cierto que a veces, regresando de misa los domingos, algún perro solía cruzarse en nuestro camino, pero era fácil no concederle existencia. Tía Matilde, que siempre iba adelante conmigo, sencillamente no elegía verlo, y unos pasos más atrás, mi padre y mis tíos iban preocupados con problemas demasiado importantes para fijarse en algo tan banal como un perro callejero.

A veces tía Matilde y yo íbamos a misa temprano para comulgar. Rara vez lograba concentrarme al recibir el sacramento, porque generalmente la idea de que ella me vigilaba sin mirar ocupaba el primer plano de mi conciencia. Aunque sus ojos estuvieran dirigidos al altar o su frente humillada ante el Santísimo, cualquier movimiento mío llamaba su atención, tanto que, al salir de la iglesia, me decía con disimulado reproche que sin duda fue una pulga atrapada en los bancos lo que me impidió concentrarme en meditar que la muerte es el buen fin previsto, y en rogar que no fuera dolorosa, que para eso servían misas, rezos y comuniones.

Fue una de esas mañanas.

Una llovizna minuciosa amenazaba transformarse en temporal,y los adoquines de quebracho extendían sus nítidos abanicos brillosos de acera a acera, tarjados por los rieles del tranvía. Como tenía frío y deseaba estar pronto de vuelta en casa, apresuré el paso bajo el hongo enlutado del paraguas sostenido por tía Matilde. Pasaban pocas personas porque era temprano. Un señor muy moreno nos saludó sin levantar el sombrero, a causa de la lluvia. Mi tía, entonces, acaparó mi atención, reiterándome su desprecio por la gente de raza mixta, pero de pronto, cerca de donde caminábamos, un tranvía que no oí venir frenó brutalmente haciéndola suspender su monólogo. El conductor se asomó por la ventanilla:

¡Perro imbécil! vociferó.

Nos detuvimos para mirar.

Una pequeña perra blanca escapó casi de entre las ruedas del tranvía, y rengueando penosamente, con la cola entre las piernas, fue a refugiarse en el umbral de una puerta. El tranvía volvió a partir.

Estos perros, es el colmo que los dejen andar así.... protestó tía Matilde.

Al seguir nuestro camino pasamos junto a la perra acurrucada en el rincón del umbral. Era pequeña y blanca, con las patas demasiado cortas para su porte y un feo hocico puntiagudo que pregonaba toda una genealogía de mesalianzas callejeras, resumen de razas impares que durante generaciones habían recorrido la ciudad buscando alimento en los tarros de basura y entre los desperdicios del puerto. Estaba empapada, débil, tiritando de frío o de fiebre. Al pasar frente a ella percibí una cosa extraña: mi tía miró a la perra y los ojos de la perra se cruzaron con su mirada. No vi la expresión de los ojos de mi tfa. Sólo vi que la perra la miró, haciendo suya esa mirada, contuviera lo que contuviere sólo porque se fijaba en ella.

Seguimos hacia casa. Unos pasos más allá, cuando yo estaba a punto de olvidar a la perra, mi tía me sorprendió al darse vuelta bruscamente y exclamar:

¡ Pssst! ¡ Andate!

Se había vuelto con una certeza tan absoluta de encontrarla siguiéndonos, que vibré con la pregunta muda que surgió de mi sorpresa: ¿Cómo lo supo? No podía haberla oído puesto que la distancia a que nos seguía era apreciable. Pero no lo dudó. ¿Tal vez esa mirada que se cruzó entre ellas, de la que yo sólo pude ver lo mecánico—la cabeza de la perra alzada apenas hacia tía Matilde, la cabeza de tía Matilde entornada apenas hacia ella—, contuvo algún compromiso secreto, alguna promesa de lealtad que yo no percibí? No lo sé. En todo caso, al darse vuelta para echar a la perra, su pssst corto y definitivo era la voz de algo como un deseo irnpotente de alejar un destino que ya se ha tenido que aceptar. Es probable que diga todo esto a la luz de hechos posteriores, que mi imaginación adorne de significado lo que no fue más que trivial. Sin embargo, puedo asegurar que en ese momento senti extrañeza, temor casi, ante la repentina pérdida de dignidad de mi tía al condescender a volverse, otorgándole rango a una perra enferma y sucia que nos seguía por razones que no podían tener importancia.

Llegamos a casa. Subimos las gradas y el animal se quedó abajo, mirándonos desde la lluvia torrencial recién desencadenada. Entramos, y el delectable proceso del desayuno posterior a la comunión logró borrar de mi mente a la perra blanca. Jamás sentí tan protectora nuestra casa como aquella mañana, nunca fue tan grande mi regocijo por la seguridad con que esas viejas paredes deslindaban mi mundo.

cQué hice el resto de esa mañana? No lo recuerdo, pero supongo que haría lo de siempre: leer revistas, hacer tareas, vagar por la escalera, bajar hasta la cocina para preguntar qué había de almuerzo ese domingo.

En uno de mis vagabundeos por las estancias vacías—mis tíos se levantaban tarde los domingos de lluvia, excusándose de ir a la iglesia—, alcé la cortina de una ventana para ver si la lluvia prometía amainar el temporal seguía. Y parada al pie de las gradas, tiritando aún y escudriñando la casa, volví a ver a la perra blanca. Dejé caer la cortina para no verla allí, empapada y como presa de una fascinación. De pronto, detrás de mí, del ámbito oscuro de la sala, surgió la voz queda de tía Matilde, que, inclinada para atracar un fósforo a la leña ya dispuesta en la chimenea, me preguntaba:

¿Está ahí todavía?

¿ Quién?

Yo sabía quién.

La perra blanca ...

Respondí que allí estaba. Pero mi voz fue insegura al formar las sílabas, como si de alguna manera la pregunta de mi tía derribara los muros que nos cobijaban permitiendo que la lluvia y el viento inclemente se instalaran dentro de nuestra casa.

Notes

  • siendo yo muy niño = When I was a very small child.
  • ya que = since; because.
  • el postre dominguero = the Sunday sweet. What further information is conveyed by the adjective indicating the day, also by the adverb claro = of course? Both suggest an attitude in the household of predetermined order and reliable tradition: there is a Sunday sweet, and cows, of course, are here to provide cream for the dessert. Animals play a part in the ecology of the household; as the narrator tells us shortly, the animal kingdom only existed in so far as it contributed ’al regalo de sus personas’.
  • al que la casa daba la espalda = on which the house turned its back. This is different from saying which the house backed onto or which lay behind the house. What is achieved by the author’s choice of phrase?
  • En la medida en que contribuyera ... = to the extent that it contributed. The subjunctive mood expresses a condition of the animal kingdom’s existence for the brothers. Does this attitude towards animals correspond to what we know about the family outlook?
  • rozabanrozar = to stroke, to touch lightly, to skim. Dogs ... did not even enter remotely into their imagination with the possibility of existing.
  • comulgar = to take communion.
  • el primer plano = the foreground.
  • el Santísimo = the sacrament.
  • amenazaba transformarse en temporal = was threatening to turn into heavy rain.
  • tarjados por = criss-crossed by.
  • apresurar el paso = to quicken one’s step.
  • el hongo enlutado del paraguasun hongo = a mushroom; enlutar = to put into/dress in mourning. What does the author wish to convey by this description of an umbrella?
  • acaparar la atención de alguien = to hold / occupy someone’s attention.
  • asomarse por = to look out from, peep out of: The latter is not an appropriate translation here. A better one is he stuck his head out through the window.
  • renguear = to hobble.
  • es el colmo que... = it’s the last straw that.... Note the use of the subjunctive in the dependent clause: dejen. This is because of the impersonal construction (es el colmo que) that makes a judgement or assessment on what follows.
  • porte = carriage, bearing. Note how the description of the dog (a product of cross-breeding) echoes the small incident of the half-caste who roused Tía Matilde’s scorn.
  • mesalianzas = mesalliances, mismarriages. The term belongs to human prejudice, snobbery.
  • los tarros de basura = he rubbish bins.
  • tiritando de frío = shivering with cold.
  • contuviera lo que contuviere. There are cases where the subjunctive mood appears in the principal verb (As in several forms of the imperative, and in all the negative forms of the imperative). Diga lo que dijera and Sea lo que fuera both show the subjunctive in the main verb; these phrases have a concessive meaning, i.e. say what he will, be that as it may. The construction in your text is the same, and it means whatever it might contain. Donoso uses the otherwise rare future subjunctive in contuviere, an indicator of the narrator’s punctilious style.
  • Es probable que diga todo.... Note how in this sentence the narrator is glossing his own story, as if to answer the accusation that as a child he could not have observed such fine detail. i.e. he has construed his aunt’s attempts to shoo the dog away in terms of her impotent desire to ward off an inescapable destiny. The narrator’s reservations help reinforce his conviction, in the next sentence, that he felt ill at ease, almost afraid of his aunt’s loss of dignity as she gave rank (rango) to a sick, dirty dog. This instinctive response, which the narrator guarantees, strengthens the intellectual reaction which he himself queried, so as to lend weight to the encounter between his aunt and the bitch.
  • La lluvia recién desencadenada = The recently unleashed rain; desencadenar = to unchain.
  • deslindaban - deslindar = to fix the limits/boundaries
  • amainar = to abate.
  • derribara - derribar = to demolish.
  • cobijaban - cobijar = to protect, shelter.