Paseo, by José Donoso

Section 2

Ayer pasé frente a la casa donde entonces vivíamos. Hacía años que no andaba por allí. En aquel tiempo la calle era adoquinada con quebracho y bajo los ailantos copudos transitaba de vez en cuando un tranvía estrepitoso de fierros sueltos. Ahora ya no existen ni adoquines de madera, ni tranvías, ni árboles en las aceras. Pero nuestra casa está en pie aún, angosta y vertical como un librito apretado entre los gruesos volúmenes de los edificios nuevos, con tiendas en la planta baja y un burdo cartel recomendando camisetas de punto que cubre los dos balcones del segundo piso.

Cuando vivíamos allí casi todas las casas eran altas y delgadas como la nuestra. La cuadra estaba siempre alegre con los juegos de los niños en los manchones de ,sol de la acera, y con los chismes de las sirvientas de hogares prósperos al regresar de sus compras. Pero nuestra casa no era alegre. Lo digo así, "no era alegre", en vez de "era triste", porque es exactamente lo que quiero decir. La palabra "triste" no sería justa porque tiene connotaciones demasiado definidas, peso y dimensiones propias. Y lo que sucedía en nuestra casa era justamente lo contrario: una ausencia, una falta que por ser desconocida era irremediable, algo que ni pesaba, pesaba por no existir.

Cuando murió mi madre, antes que yo cumpliera cuatro años, se estimó necesaria la presencia de una mujer junto a mí para que me protegiera con sus cuidados. Como tía Matilde era la única mujer de la familia y vivía con mis tíos Gustavo y Armando, los tres solterones vinieron a vivir en nuestra casa, que era amplia y vacía.

Tía Matilde desempeñó sus funciones junto a mí con ese esmero característico de cuanto hacía. Yo no dudaba de que me quisiera, pero jamás logré sentir ese cariño como una experiencia palpable que nos unía. Había algo rígido en sus afectos igual que en los hombres de la familia, y el amor existía confinado dentro de cada individualidad, sin saltar límites para expresarse y unir. Para ellos, expresar sus afectos era desempeñar perfectamente sus funciones unos respecto a los otros, y, sobre todo, no incomodar, jamás incomodar. Tal vez expresar cariño de otra manera les fuera innecesario ya;, puesto que tenían tanta historia juntos, tanto pasado en común dentro del cual quizá fuera expresado hasta el hartazgo, y todo ese posible pasado de ternura se hallaba ahora estilizado bajo la forma de acciones certeras, símbolos útiles que no requerían mayor elucidación. Quedaba sólo el respeto como contacto entre los cuatro hermanos silenciosos y aislados que recorrían los pasillos de aquella honda casa que, a semejanza de un libro, sólo mostraba la angosta franja de su lomo a la calle.

Yo, naturalmente, no tenía historia en común con tía Matilde. ¿ Cómo podía tenerla si no era más que un niño que comprendía sólo a medias los adustos motivos de los mayores? Deseaba ardientemente que ese cariño confinado se rebasará expresándose de otro modo, con un arrebato, por ejemplo, o con una tontería. Pero ella no podía adivinar este deseo mío porque su atención no estaba enfocada sobre mí, yo era una persona periférica a su vida, tangente a lo sumo, nunca central. Y no era central porque su centro entero estaba colmado por mi padre y por mis tíos Gustavo y Armando. Tía Matilde nació única mujer—mujer fea, además—en una familia de varones apuestos, y al darse cuenta de que su matrimonio era poco probable, se consagró a velar por la comodidad de esos hombres, a llevarles la casa, a cuidarles la ropa, a encargar para ellos sus platos favoritos. Desempeñaba estas funciones sin el menor servilismo orgullosa de su papel porque no dudaba de la excelencia y dignidad de sus hermanos. Además, como todas las mujeres, poseía en grado sumo esa fe tan oscura en que el bienestar físico es, si no lo principal, ciertamente lo primero, y que no tener hambre ni frío ni incomodidad es la base para cualquier bien de otro orden. No es que sufriera con las fallas en este sentido, sino que, más bien, la impacientaban, y al ver miseria o debilidad en torno suyo tomaba medidas inmediatas para remediar lo que, sin duda, eran errores en un mundo que debía, que tenía que ser perfecto. En otro plano era intolerancia por camisas que no estuvieran planchadas estupendamente, por carne que no fuera de primerísima calidad, por la humedad que debido a un descuido se introducía en la caja de los habanos. Aquí residía el vigor indiscutido de tía Matilde, alimentando por medio de él las raíces de la grandeza de sus hermanos, y aceptando que ellos la protegieran porque eran hombres, más sabios y más fuertes que ella.

Después de la comida, siguiendo lo que sin duda era una liturgia antiquísima en la familia, tía Matilde subía al piso de los dormitorios y en el cuarto de cada uno de sus hermanos alistaba las camas, apartando lo cobertores con sus manos huesudas. Ponía un chal a los pies de la cama de tal, que era friolento; colocaba un almohadón de plumas a la cabecera de cual, que leía antes de dormirse. Luego, dejando los veladores encendidos junto a los vastos lechos, bajaba a la sala de billar a reunirse con los hombres, para tomar café y jugar unas cuantas carambolas antes que, como conjurados por ella, se retiraran a llenar las efigies vacías de los pijamas dispuestos sobre las blancas sábanas entreabiertas.

Pero tía Matilde jamás abría mi cama. Al subir a mi cuarto yo llevaba el corazón detenido con la esperanza de encontrar mi cama abierta con la reconocible pericia de sus manos, pero siempre tuve que conformarme con el estilo tanto menos puro de la sirvienta encargada de hacerlo. Nunca me concedió esa marca de importancia, porque yo no era su hermano. Y no ser "uno de mis hermanos" le parecía una desdicha de la que eran víctimas muchas personas, casi todas en realidad, incluso yo, que al fin y al cabo no era más que hijo de uno de ellos.

A veces tía Matilde me mandaba a llamar a su cuarto, y cosiendo junto a la alta ventana se dirigía a mí sin jamás preguntarme nada, dando por hecho que todos mis sentimientos, gustos y reflexiones eran producto de lo que ella decía, segura de que nada podía entorpecerme para recibir íntegras sus palabras. Yo la escuchaba atento. Me ponderaba el privilegio que era haber nacido de uno de sus hermanos, pudiendo así vivir en contacto con todo ellos. Me hablaba de la probidad absoluta de sus sagaces actuaciones como abogados en los más intrincados pleitos marítimos, comunicándome su entusiasmo por su prosperidad y distinción, que sin duda yo prolongaría. Me explicaba el embargo de un cargamento de bronce, cierta avería por colisión con un insignificante remolcador, los efectos desastrosos de la sobreestadía de un barco de bandera exótica. Esto, para ella era la vida, esto y los problemas de la casa. Pero al hablarme de los barcos sus palabras no enunciaban la magia de esos roncos pitazos navegantes que yo solía oír a lo lejos en las noches de verano cuando, desvelado por el calor, subía hasta el desván, y asomándome por una lucarna contemplaba las lejanas luces que flotaban, y esos bloques de tinieblas de la ciudad yacente a la que carecía de acceso porque mi vida era, y siempre iba a ser, perfectamente ordenada. Tía Matilde no me insinuaba esa magia porque la desconocía, no tenía lugar en su vida, como no podía tener lugar en la vida de gente que estaba destinada a morir dignamente para después instalarse con toda comodidad en el cielo, un cielo idéntico a nuestra casa. Mudo, yo la escuchaba hablar, con la vista prendida a la hebra de hilo claro que al ser alzada contra su blusa negra parecía captar toda la luz de la ventana. Yo poseía una melancólica sensación de imposibilidad frente a esos pitazos navegantes en la noche, y a esa ciudad oscura y estrellada tan semejante al cielo al que ella no concedía misterio alguno. Pero me regocijaba ante el mundo de seguridad que sus palabras trazaban para mí, ese magnífico camino recto que desembocababa en una muerte no temida, igual a esta vida, sin nada fortuito ni inesperado. Porque la muerte no era terrible. Era el corte final, limpio y definitivo, nada más. El infierno existía, claro, pero no para nosotros sino que para castigar a los demás habitantes de la ciudad, o a los anónimos marineros que ocasionaban las averías que, al terminar los pleitos, llenaban las arcas familiares.

Tía Matilde era tan ajena a la idea de amenaza de lo inesperado, a toda idea de temor, que, porque creo que el temor y el amor van tan unidos, me acomete la tentación de pensar que en aquella época no quería a nadie. Pero tal vez me equivoque. A su manera, aislada y rígida, es posible que a sus hermanos la ligara una suerte de amor. En la noche, después de la cena, se reunían en la sala de billar para tomar café y jugar unos partidos. Yo los acompañaba. Allí, frente a ese círculo de amores confinados que no me incluía en su ruedo, sufría percibiendo que los hilos de sus afectos ya ni siquiera intentaban atarse. Es curioso que mi imaginación, al recordar la casa, no me permita más que grises, sombras, matices; pero evocando esa hora, sobre el verde estridente del tapete, el rojo y blanco de las bochas y el cubito de tiza azul vuelven a inflamarse en mi memoria iluminados por la lámpara baja cuya pantalla desterraba todo el resto de la habitación a la penumbra. Siguiendo una de las tantas formas rituales de la familia, la voz lisa de tía Matilde iba rescatando por turnos a cada uno de sus hermanos de la oscuridad, para que hicieran sus jugadas:

Ahora tú, Gustavo...

Y al inclinarse sobre el verde de la mesa, taco en mano, se iluminaba el rostro de tío Gustavo, frágil como un papel, cuya nobleza era extrañamente contradicha por sus ojos demasiado pequeños y juntos. Terminando de jugar regresaba a la sombra, donde aspiraba un habano cuyo humo se desprendía flojo hasta disolverse en la oscuridad del techo. Su hermana decía entonces:

Bueno, Armando...

Y el rostro fofo y tímido de tío Armando, con sus grandes ojos celestes opacados por las gafas de marco de oro, bajaba a la luz. Su jugada era generalmente mala, porque era «el niño», como a veces lo llamaba tía Matilde. Después de los comentarios suscitados por su juego, se refugiaba detrás del diario y tía Matilde decía:

Pedro, tu turno...

Yo retenía la respiración al verlo inclinarse para jugar, la retenía viéndolo sucumbir ante el mandato de su hermana, y con el corazón hecho un nudo rogaba que se rebelara contra los órdenes preestablecidos. Naturalmente, yo no podía darme cuenta de que ese orden rígido era en sí una forma de rebelión inventada por ellos contra lo caótico, para que no los tocara la mano terrible de lo que no se puede explicar ni solucionar. Mi padre, entonces, se inclinaba sobre el paño verde, midiendo con su mirada suave las distancias y posiciones de las bolas. Hacía su jugada y al hacerla resoplaba de manera que sus bigotes y su patilla se agitaban un poco alrededor de la boca en- treabierta. Luego me entregaba su taco para que lo tizara con el cubo de tiza azul. Así, con este mínimo papel que me asignaba, me hacía tocar, por lo menos en la periferia, el círculo que lo unía a sus hermanos, sin hacerme participar más que tangencialmente en él.

Después jugaba tía Matilde. Era la mejor jugadora. Al ver que su rostro tosco, construido como con los defectos de los rostros de sus hermanos, descendía desde la sombra, yo sabía que iba a ganar, que tenía que ganar. Y, sin embargo..., ¿no he visto un destello de alegríaen sus ojos diminutos en medio de ese rostro irregular como un puño brutalmente apretado, cuando por casualidad alguno de ellos lograba vencerla? Esa gota de alegría era porque, aunque lo deseara, nunca se hubiera permitido dejarlos ganar. Eso sería introducir el misterioso elemento del amor en un juego que no debía incluirlo, porque el cariño debe permanecer en su sitio, sin rebasarse para deformar la realidad exacta de una carambola.

Notes

  • quebracho – from the phrase la calle era adoquinada de quebracho, meaning the street was paved with breakaxe wood. This is a South American hardwood. The description is evocative of another age, picturesquely caught in the detail of wooden cobblestones and infrequent tramcars that rattled past.
  • burdo cartel - Burdo = Clumsy, crude; Cartel is a poster.
  • camisetas de punto = Mesh singlets, i.e underwear.
  • los chismes de las sirvientas = The gossip/chatter of the servant girls.
  • pesaba por no existir. = Which weighed down because it did not exist.
  • los tres solterones = The three confirmed bachelors.
  • desempeñó sus funciones = Desempeñar means to carry out, to perform, as in the phrase desempeñar un papel = to perform a role. So the sentence here means Tía Matilde carried out her duties. This phrase captures, in its choice of vocabulary, how the narrator regarded Tía Matilde’s attitude to him.
  • quisiera – from the verb Querer = to want to or to love. Which do you think fits here? Note the use of the subjunctive mood after No dudaba que... It has the effect of conveying the narrator’s uncertainty about Tía Matilde’s affection at the same time as he confirms that he has no doubt that she loved him.
  • afectos = cariño (affection).
  • sin saltar límitesWithout leaping boundaries.
  • fuera - Imperfect subjunctive; note its use after tal vez; the use of the subjunctive increases the speaker’s sense of hesitation.
  • puesto que = since
  • (tenían) tanto pasado en común = They had so much experience in common.
  • hasta el hartazgo = until satiation point.
  • certeras = sure, accurate, well-aimed.
  • mostraba la angosta franja de su lomo a la calle - Franja and lomo refer to bookbinding, meaning the decorative trim and the spine; the sentence can thus be translated as That deep house, which, resembling a book, displayed its narrow tooled spine to the street. You should consider what effect this metaphor has in the way we perceive the house.
  • a medias - comprender a medias = to half understand; ...who only half understood ...
  • adustos = severe, grim
  • Que... se rebasara = I longed for that confined affection to overflow.
  • su atención no estaba enfocada = her attention was not focused [on me].
  • Una familia de apuestos varones = A family of handsome males.
  • se consagró - consagrarse a = To devote oneself to.
  • servilismo = servility, slavishness.
  • en grado sumo = to the highest degree .
  • No es que sufriera con las fallas = It is not that she suffered from the shortcomings. Note the use of the subjunctive in the verb that follows, No es que.
  • los habanos = Havana cigars.
  • Después de la comida = After our meal.
  • de la cama de tal, que era friolento; colocaba un almohadón de plumas a la cabecera de cual = the bed of one, who tended to feel cold. .. at the head of the bed of another, who would read before falling asleep.
  • unas cuantas carambolas = a few billiard shots.
  • las efigies vacías de los pijamas = the empty effigies of the pyjamas. What is the effect of referring to their pyjamas in this way?
  • pericia = skill.
  • Al fin y al cabo = When all was said and done
  • Segura de que nada podía entorpecerme = Certain that nothing could hinder me.
  • de la probidad absoluta de sus sagaces actuaciones em> = about the absolute probity of their wise dealings.
  • cierta avería por colisión = A certain breakdown due to a collision.
  • sobreestadía - a nautical term meaning excess time a ship spends in port.
  • esos roncos pitazos = those hoarse hoots from the ships’ sirens.
  • con la vista prendida a la hebra = with my eyes fixed on the thread.
  • desembocaba – from verb esembocar = to flow or lead into
  • era tan ajena a la idea de amenaza de lo inesperado = she was so remote from the idea of threat from the unexpected.
  • Pero tal vez me equivoque = but perhaps I may be mistaken. Note how the adverb tal vez leads into a subjunctive, and how this deepens the tentativeness of the suggestion.
  • ese círculo … en su ruedo = that circle of closed affections who did not include me in their group.
  • los hilos de sus afectos ya ni siquiera intentaban atarse - afectos = affections; Ni siquiera (adverbial) = Not even. Note the use of ya + negative. The phrase can be translated as no longer even tried to tie up the threads of their affections.
  • tapete = table cloth; tapete verde = card table. Here, the word signifies the bright green billiard cloth. Take note of the narrative sequence used by the author to introduce the brothers, and also to give a perception of tía Matilde’s relationship with them.
  • bochas= billiard balls. The colour contrasts at this point are important in the story, since they convey the vividness of a strong memory; the memory of being excluded from the ruedo of affection, of being the outsider left in the grey, shadowy penumbra.
  • tiza = chalk. What was the chalk used for?
  • pantalla = cinema screen or lamp-shade. Which fits better?
  • rescatar = to rescue, redeem from prison, to ransom. Note that this verb complements desterrar= to put into exile. The progressive construction with ir + gerund is used to express an orderly, unfolding action.
  • las gafas de marco de oro = the gold-framed spectacles.
  • como con los defectos em> = as if out of the flaws.
  • un destello de alegría = a spark of happiness. Can you work out Tía Matilde’s psychology? The narrator thinks that he saw this spark of happiness in her eyes when one of her brothers managed to beat her at billiards. To what does he attribute this apparently unusual reaction?
  • nunca se hubiera permitido dejarlos ganar - Permitirse + infinitive = to allow oneself to; dejar + infinitive = to leave, to allow . The phrase means she would never have allowed herself to let them win. Note the use of the imperfect subjunctive with a conditional meaning.