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(31 May 1834)
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(1 June 1834)
Acta del ayuntamiento del pueblo de Malinalco
(2 June 1834)
Acta del ayuntamiento y vecinos de Joquicingo
(3 June 1834)
Acta del pueblo de Teotihuacán
(3 June 1834)
Acta del ayuntamiento y vecinos del pueblo de Otumba
(3 June 1834)
Acta del ayuntamiento del pueblo de Chalco
(4 June 1834)
Acta del ayuntamiento de Santa María Ozumba
(4 June 1834)
Acta del ayuntamiento de Cuautitlán
(5 June 1834)
Acta del ayuntamiento del pueblo de Santa Ana, Monte Alto
(6 June 1834)
Acta de Tlalmanalco
(6 June 1834)
Acta del ayuntamiento y vecinos de Santa María Tultepec
(7 June 1834)
Acta del ayuntamiento de Ayotzingo
(7 June 1834)
Acta del ayuntamiento de San Salvador Atenco
(7 June 1834)
Acta del ayuntamiento y vecinos de Tenango Tepopola
(7 June 1834)
Acta del ayuntamiento y vecinos del pueblo de Ixtapaluca
(7 June 1834)
Acta de Ameca
(7 June 1834)
Acta del ayuntamiento y vecinos del pueblo de San Pedro Tlaxcoapan
(10 June 1834)
Acta del ayuntamiento, vecinos y autoridades civiles y militares de Tenancingo
(3 July 1834)
Acta del Mineral de Temascaltepec
(6 July 1834)
Plan por el que se pronuncia la Primera División Federal del Estado de México
(19 July 1834)
Exposición y plan de la ciudad de Toluca
(29 May 1835)
Acta de las autoridades y gobernador en Toluca
(30 May 1835)
Acta de la villa de Ixtlahuaca
(31 May 1835)
Acta de San Juan Teotihuacán
(1 June 1835)
Acta de Zinacantepec
(1 June 1835)
Acta del pronunciamiento del pueblo de Tenango
(1 June 1835)
Plan de Juan Fonseca
(17 July 1836)
Acta de despronunciamiento del ayuntamiento de Zacualpan
(21 July 1836)
Representación de 528 vecinos de la ciudad de Toluca
(21 November 1837)
Representación del municipio de Toluca
(22 November 1837)
Exposición del vecindario de Toluca
(29 December 1837)
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(3 June 1838)
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(17 December 1842)
Acta de Santa María Nativitas
(17 December 1842)
Acta del vecindario del pueblo de Jaltepec
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(18 December 1842)
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(18 December 1842)
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(21 December 1842)
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(7 December 1844)
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(6 August 1846)
Acta de San Juan Teotihuacán
(7 August 1846)
Acta firmada en el mineral de Zacualpan
(7 August 1846)
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(8 August 1846)
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(8 August 1846)
Acta del pueblo de Zumpango de la Laguna
(8 August 1846)
Acta firmada en Tepotzotlán
(9 August 1846)
Acta firmada en Tejupilco
(9 August 1846)
Acta firmada en Malinalco
(9 August 1846)
Acta firmada en Temascaltepec
(9 August 1846)
Acta firmada en San Francisco Tepexuxuca
(11 August 1846)
Acta de Joquicingo
(12 August 1846)
Acta del pueblo de San Martín de Ozoloapan
(12 August 1846)
Acta firmada en Temascalcingo
(14 August 1846)
Acta de Coatepec Harinas
(15 August 1846)
Acta firmada en Temoaya
(16 August 1846)
Acta del pueblo de Tenancingo
(22 August 1846)
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(30 August 1846)
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Acta levantada en el pueblo de Ayotla
(5 February 1853)
Acta levantada en el pueblo de Chalco
(14 February 1853)
Acta levantada en la ciudad de Texcoco
(17 February 1853)
Acta firmada en Tlanepantla, protestando adhesión al gobierno del general Santa Anna, contra el movimiento revolucionario de D. Juan Álvarez
(9 March 1854)
Acta levantada en Chalco, el 11 de marzo de 1854, ofreciendo adhesión y obediencia a Su Alteza Serenísima don Antonio López de Santa Anna
(11 March 1854)
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Acta firmada en el pueblo de Atlacomulco
(11 January 1856)
Acta firmada en el pueblo de Amanalco
(11 January 1856)
Acta firmada en el pueblo de San José Malacatepec
(13 January 1856)
Acta firmada en el Convento de San Francisco
(13 January 1858)
Acta firmada en el pueblo de San Vicente Chicoloapan
(18 January 1858)
Acta firmada en el pueblo de Ayotla
(22 January 1858)
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(25 December 1858)
Acta de Texcoco
(25 December 1858)
Acta de adhesión al plan de la capital de 23 de diciembre de 1858, modificando el plan de Ayotla REVISED adapt title
(29 December 1858)
Acta levantada en Toluca la capital del Departamento de México, por la guarnición del mismo, ratificando su reconocimiento al Plan de Tacubaya
(19 January 1859)
La guardia nacional de Temascaltepec reconoce el Plan de Tacubaya
(25 April 1859)
La guardia nacional de Temascaltepec reconoce el Plan de Tacubaya
(25 April 1859)
La guardia nacional de Temascaltepec reconoce el Plan de Tacubaya
(25 April 1859)
El ayuntamiento de Temascaltepec, reconoce al gobierno emanado del Plan de Tacubaya
(26 April 1859)
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Representación de 528 vecinos de la ciudad de Toluca

21 November 1837

Region: Estado de México
Place: Toluca

Pronunciamiento text

Representación de 528 vecinos de la ciudad de Toluca por el restablecimiento del sistema federal, dirigida al presidente, 21 de noviembre de 1837

Excmo. Sr.:

Limitados en clase de colonos al recinto del hogar paterno, hasta donde alcanzaba la política suspicaz del conquistador y la vigilancia del tribunal formidable que a la vez que encadenaba nuestras facultades mentales esparcía profundo terror y desconfianza en las familias, solo nos ocupábamos en satisfacer nuestras necesidades naturales; nada atraía nuestras miradas, apenas éramos capaces de algunas observaciones y nos hallábamos embrutecidos. Así hemos pasado la mayor parte de los ciudadanos que formamos la generación presente, nuestra infancia y parte de nuestra juventud. Un destello de luz y de libertad se dejó percibir con la constitución española, nuestra sensibilidad empezó a desarrollarse a la par que nuestra inteligencia, empezamos a sentir necesidades que antes nos eran desconocidas, y se puede asegurar, que no comenzó a existir patria para nosotros, hasta que sentimos la necesidad de su existencia.

La independencia se consumó; pero desde entonces, juguete la nación más que nunca, de circunstancias que variaban continuamente, cambiaba de sistema con ellas, y se aplaudía de sus transformaciones. Sus usos se han combatido, destruido, reproducido y transformado, y siempre diferente de sí misma, no ha sabido lo que es. Se ha conducido por azar, por hábitos y preocupaciones sin pensar en reformarse; y las leyes, los abusos, el orden y el desorden, todo le ha sido igual, llegando su ilusión a tal extremo, que ha imaginado ver su prosperidad en las mismas cosas que prueban su decadencia. Después de nueve años de haberse fijado en el sistema federal, indicó la experiencia las causas de esas perpetuas oscilaciones, la contradicción que envolvían los abusos antigual con el sistema adoptado. Se empeñó una lucha entre aquellos y éste; se puso de parte de los primeros un soldado feliz que había formado su suerte y sus esperanzas impeliendo uno contra otro a los partidos, y el triunfo se decidió por la retrogradación. Los estados fueron batidos en detall, unos en le campo de batalla y otros por la intriga y la seducción; se formó una representación sin poderes bajo el influjo del vencedor, la que desorganizó a la nación sin poderla reconstruir hasta hoy; formó una constitución llena de absurdos, que una experiencia dolorosa hará palpar, inconsecuente y anárquica en su esencia, que ha introducido el desorden en todas las fortunas, que ha borrado dos tercios de los habitantes de la nación del número de los ciudadanos, y que en pocos años acabará por la desmembración y la ruina de la República, víctima ya del lujo insultante de unos pocos, y de la miseria en que yace postrada la multitud.

Tantos padecimientos sufridos y tantos males que justamente se temen para el porvenir, nos hacen formar esperanzas de ser escuchados por V.E. y su consejo, cuando vamos a referir hechos de que son testigos todos los habitantes de este infortunado país cuando es incuestionable el derecho que nos asiste para procurar nuestro bienestar, y cuando como buenos republicanos estamos dispuestos a obsequiar el voto de la mayoría, aun en el caso de ser contrario a nuestras opiniones.

El corto tiempo de dieciséis años que contamos de haber salido de la esclavitud ni ha podido destruir preocupaciones, tendencias y temores serviles ni ha sido suficiente para arraigar en nuestro suelo principios que en otros países con menos elementos que el nuestro han dado por resultado una prosperidad envidiable. Existen aun instituciones y establecimientos que solo pueden conservarse en el elemento en que nacieron. Un poder mágico encadena hacia ellos gran parte de nuestra población, que por terror o por su limitada educación no le es dado conocer sus verdaderos intereses, y si los conoce no tiene la suficiente energía para sostenerlos. Ésta ni puede llamarse la parte más sana, ni la mayoría de la nación, y es necesario conducirla casi a su pesar a las mejoras sociales.

Reseñado el estado moral de nuestra patria, [ilegible] destreza y habilidad, por ser una empresa muy superior a nuestras fuerzas, pero si con la esclavitud de testigos presenciales de los hechos y dotados de buena intención; prescindiremos de recordar a nuestros conciudadanos los resortes que se movieron para derrocar el sistema federal, el modo con que se llevó al cabo la empresa, y las personas que figuraron: existen estas aun, y estamos muy distantes de quererlas sonrojar suscitando especies que nadie ha olvidado todavía. A la historia toca referir a la posteridad los acontecimientos de esta época con sus verdaderos coloridos, para que las generaciones venideras reciban en nosotros una elección que tan cara nos ha costado. Nosotros solo nos contraeremos a algunos hechos, de cuya existencia nadie duda, sin hablar de sus autores y ejecutores, para la resolución de esta cuestión. ¿La nación libre y espontáneamente pidió el centralismo, y dio sus poderes para que se le constituyera del modo que lo han hecho las personas que legislaron en los años de 1835, 1836 y 1837? Puesta en toda su claridad, pasaremos a otras no menos importantes. ¿Dadas las instituciones, aunque sin poder, la nación se encuentra bien con ellas, y subsana con la ratihabición la nulidad que envolvía la falta de mandato? ¿Las leyes, tanto las constitucionales como las secundarias han mejorado nuestra suerte o la han empeorado?

A mediados del año de 1834 se verificó una conmoción, al parecer semejante a las que se habían notado desde fines de 1827 y principios de 1828, reducidas solo a cambiar de personas en los puestos públicos; pero en la realidad era de más consecuencia. No se trataba ya de disputar los puestos y sus rentas entre sujetos de diversos partidos: era el resultado de una combinación para derrocar las instituciones sociales y substituirlas con otras en que el poder quedara vinculado en una sola persona sostenida con el apoyo de una clase diestra en prestigiar a la gente sencilla. El movimiento se fue comunicando del centro a la circunferencia, como que en aquel se hallaba el principio de acción. En estas circunstancias llegó el periodo constitucional en que debería elegirse la legislatura constitucional de la nación, y las juntas primarias, es decir, el pueblo nombró a sus electores secundarios sin darles ninguna instrucción peculiar, ni más poderes que los detallados por la carta de 1824. Los electores secundarios nombraron a los de partido en los mismos términos; pero estos autorizaron a los diputados del congreso general para destruir la constitución de la República quedando investidos por un acto verdaderamente demagógico con un poder de funesto ejemplo para desorganizar la administración pública.

Esta asamblea comenzó sus trabajos legislativos en medio de las ansiedades que causan el temor y la incertidumbre: sus miradas estaban fijas en el hombre que se había apoderado de los destinos de la patria: dio este el último golpe en mayo de 1835 a la constitución federal, y el congreso comenzó a ocuparse de la nueva que la había de sustituir; pero ni el hombre exclusivo, ni los mismos representantes creían con poderes suficientes a la legislatura para esta empresa. Túvose en Tacubaya una junta de notables, cuya mayoría opinó por declarar convocante al congreso que existía, y llamar a otro con facultades emanadas del verdadero soberano para que dictara las nuevas instituciones; y así se hubiera efectuado, si una persona respetable, temerosa de que cayera desde entonces la nación en poder de un déspota, no hubiera sido de parecer contrario, para de este modo conservar aunque fuera una sombra de representación nacional. Tales son, señor Excmo., los títulos en que funda su legitimidad la asamblea que dictó las bases y las leyes constitucionales.

La prensa clamaba contra este abuso de autoridad, y los oradores del congreso contestaban desde la tribuna a estas reclamaciones, que si carecían de autorización competente, el silencio y la rehabilitación de los pueblos subsanarían la nulidad que envolvía la falta de mandato. Veamos si este silencio ha nacido del temor, o de haber sentido los pueblos una mejora en su suerte.

Despréndase V.E. por un momento del prestigio del poder: escuche con la benignidad peculiar del mexicano, a otros mexicanos que le manifiestan sus padecimientos para que los alivie: recorra con ellos la República, y vea una parte de ella próxima a desmembrarse, y la otra casi en las garras de la miseria: pregunte al labrador, al artesano, al comerciante y a todas las demás clases auxiliares de éstas, por el estado de su fortuna de dos años a esta parte, y solo oirá lamentos por las excesivas contribuciones que reportan, y las enormes penas con que se castigan los olvidos involuntarios de sus pagos: el comerciante deplora los impuestos sobre su casa de giro, sacados con igual violencia que al labrador, y con las mismas penas: el desequilibrio de la moneda, las trabas puestas al comercio y las severísimas penas de las leyes fiscales que le arrebatan todo su cargamento por un descuido de personas profundamente ignorantes, pero indispensables para el tráfico. El artesano ni encuentra materiales, ni se indemniza de su anticipación, ni saca el salario que hasta hoy le había bastado para su subsistencia, porque el labrador ha subido el valor de los primeros para reembolsarse en parte de la exacciones sufridas, y porque la demanda de su artefacto disminuye en razón de la escasez a que están reducidas las clases de empleados civiles y militares, de quienes puede asegurarse que viven sobre el país, siendo en su infelicidad un peso insoportable para el propietario cuya casa habitan, para el artesano a quien de su giro el valor de los efectos que consumen. Note V.E. que estos males se aumentan en extensión e intensidad a proporción que nos retiramos del centro; de manera que en los departamentos más remotos de esa ciudad, sus mismos gobiernos se encuentran tan exhaustos, que varios de ellos se han visto precisados a cerrar las escuelas, los tribunales, sus mismas oficinas de secretaría, y si no han dado libertad a los reos de las cárceles, ha sido porque en medio de tantos sufrimientos aun mantienen el amor de la propia conservación.

¡Ojalá y fuera esta una declamación o una pintura exagerada de la situación actual de nuestra patria; que fuera un fantasma producido por una imaginación acalorada, pronto a desaparecer por el grito uniforme de los ciudadanos que publicaran su prosperidad y se desataran en elogios de sus leyes y de sus gobernantes! Muy al contrario, todos yacemos en el estupor, hemos olvidado hasta nuestros derechos políticos que se han puesto a la par con las riquezas, y nos limitamos a pedir se nos deje gozar lo que poseemos. En otra época se pudo hacer a los partidos que destrozaban a la nación, que se colmaban de injurias y se hacían imputaciones avanzadas, la misma pregunta que Virgilio puso en boca de uno de los personajes de su Eneida... An sua cuique Deus fit dira cupido? ¿Su pasión ha tomado cada cual por una inspiración divina? A la presente que somos víctimas de tantos desaciertos, nos lamentaremos diciendo con San Pablo: “Se nos ha impuesto un yugo que jamás sufrieron nuestros antepasados". En efecto, Sr. Excmo., ¿sufrieron nuestros padres, en su estado miserable de colonos, cinco hombres en el solio del poder, responsables de sus operaciones solo a Dios? ¿Quién podría imaginarse que a mediados del siglo XIX, cuando el universo ha consagrado como dogma político la división de poderes y la responsabilidad de los que mandan, se intentara establecer una autoridad sin limites, y sin mas responsabilidad, que ante Dios? ¿Quién podía esperar una inconsecuencia tan marcada como la de arrancarnos las instituciones que subsistieron por once años, a pretexto de no ser nuestros hábitos parecidos a los de Norte América, para querernos dar en seguida la constitución, si así puede llamarse, de una república que no existe, y que fue la admiración de los políticos se hubiera sostenido por tanto tiempo sin base segura en que insistir si no eran las costumbres de los venecianos, de que apenas tenemos idea? El poder conservador dado a la República, es la inquisición de estado de Venecia. Allá, según nos refiere la historia, se convirtió en vitalicia una autoridad que en sus principios no lo era. ¿Por qué no sucederá aquí lo mismo cuando comienza con un poder que aquella fue adquiriendo por las usurpaciones lentas de los siglos? ¿Qué ciudadano, por inocente que sea su conducta, se libertará de las pesquisas de una magistratura oculta, que necesita conocer no solo de los delitos perpetrados, sino de los que pueden meditarse, y que debe castigar los que recela aunque no se hayan llevado a efecto? ¿A qué autoridad podrá apelar a fin de que le libre de esta opresión cuando todas le están sumisas, y pueden también ser víctimas de su furor? Pretender fijar límites al poder, cuando por otra parte se le asegura que no tiene responsabilidad es caer en la contradicción más torpe, propio tan solo del que jamás ha conocido el corazón humano o del que maliciosamente cría una autoridad sin límites para apoderarse de ella, y erigirse en tirano de sus compatriotas. Que ocurra a la opinión pública el oprimido, se nos dirá. Más, ¿por qué conducto? Un impreso será visto como subversivo o como incitador a la desobediencia, y la simple desobediencia es delito de traición que merece la muerte: las quejas serán reputadas como una conspiración: y aun cuando la opinión se manifieste en favor de la víctima, o es suficiente para condenar al conservador, y entonces comenzará por delante porque no conoce otro correctivo, o si es más deber será interpretada por el mismo opresor de un partido que le sea favorable, supuesto que entre sus facultades se encuentra la de la infalibilidad para explicar la voluntad nacional. Cinco hombres van a decidir de la suerte de los mexicanos, del mismo modo que en Venecia dispusieron de aquella república tres inquisidores. En este país pronto se verá que el doméstico debate al amo ante un poder oculto, el hijo al padre, y la mujer al marido. A deshora de la noche se verá sorprendido el padre de familia en su lecho, y al sol naciente leerán sus hijos sobre su cadáver la fatal sentencia de los cinco: ¡por traidor! Si no hemos presenciado hasta ahora escenas tan horrorosas como las que prevemos, es a causa de que el monstruo acaba de nacer; déjesele llegar a un completo desarrollo, y será otro Saturno que devore a sus propios hijos.

Si el poder conservador nos aterra con sus formidables facultades, el poder legislativo nos alarma con su viciosa organización. En esta materia es donde más resalta la inconsecuencia de la carta que se nos ha dado, y el despojo que han sufrido los ciudadanos de sus derechos para votar y ser votados. La única base de que se parte para poder nombrar representantes, y para serlo, es la riqueza. El saber, que en todo el mundo se reputa como un elemento de poder, superior aun a la fuerza física, no ha entrado en cómputo; y un ciudadano sabio será postergado a un bárbaro, si este cuenta con un capital de que aquel carece, y los negocios de importancia vital caerán en las manos más ineptas, tan solo porque el azar ha dado a un imbécil una fortuna brillante. Al mismo tiempo se deja gran parte de la riqueza territorial en poder de personas que no gozan de los derechos de ciudadano, súbditos inmediatos de un soberano extranjero, y sin que los liguen al país los vínculos de familia, que son el origen del verdadero amor patrio. Recuérdese ahora que con el sistema central todas las fortunas van en decremento, y a la vuelta de algunos años unos cuantos ricos darán las leyes a la mayoría de la nación; todo será privilegios para los primeros, y contribuciones y gravámenes para la segunda; aquellos serán los señores, y el resto se denominará de pecheros o esclavos. Como este vaticinio nace del hecho que hemos asentado, es indispensable ponerle en toda su claridad. Los estados en tiempo del sistema federal recogían sus rentas en sus tesorerías respectivas, de donde volvían a esparcirse en su territorio en que se hallaban sus empleados: estos capitales eran productivos al recibirse en las arcas públicas, porque en este hecho se verificaba un verdadero cambio de moneda por la protección y conservación del orden que en correspondencia ofrecía la autoridad pública al contribuyente, y cuando esta daba otra vez la moneda al empleado su agente, y este al mercader, al artesano y al labrador, se verificaban aun otros tantos cambios de valores que formaban una riqueza creciente en razón de todas las manos por donde se verificaba la circulación: esta es una verdad en economía. Cambió de improviso el sistema de gobierno; todas las contribuciones existentes, y más que se imponen, se depositan en arcas para remitirlas a una capital distante veinte, ciento, o trescientas leguas; este metálico, que con su circulación hacía en tiempo del sistema federal la vida del comercio y de la industria de los estados, se convierte hoy en pasto de esos buitres agiotistas residentes en México, que se mantienen en continuo acecho de las penurias que padece el gobierno por su mal sistema de hacienda, dándole diez por ciento, y los contribuyentes jamás se vuelven a ver con su dinero; el gobierno se mantiene en una constante bancarrota; y unos cuantos hombres inmorales insultan con su lujo a la nación que perece. ¡Y estos han de ser, sin embargo, los únicos legisladores del país en lo sucesivo, porque solo ellos aglomeran las riquezas!

Se ha engañado torpemente a la nación, Sr. Excmo., cuando se le dio por razón de establecer el centralismo que este sistema era menos costoso que el federal. Ya estamos palpando que las rentas con que se sostenía la federación no han sido bastantes para sostener el centralismo; que se han establecido muchas muy gravosas, y aun no cubre sus atenciones el gobierno; que se han derogado todos los decretos de las antiguas legislaturas, entre las que se hallaban muchos que libertaban de gabelas a varios objetos de comercio en beneficio de la industria y de la ilustración, que hoy han vuelto a caer bajo las disposiciones de las leyes españolas; que los errores económicos de aquella nación tienen en el actual congreso eternos apologistas que los presentan como asombros de saber, y en consecuencia se meditan estancos y compañías privilegiadas, de donde pasaremos al establecimiento de gremios, posturas de granos y comestibles, tasa al pan y demás efectos de primera necesidad, reglamentos que acaben con la industria, licencia, tasa, corrección y privilegio a todas las obras literarias que hayan de imprimirse, revisión de las que vengan del extranjero para su venta y curso, y tras de esto vendrán las leyes suntuarias que nos determinen los trajes y vestidos de nuestro uso, los muebles y alhajas, de manera, que muchos ciudadanos que no pertenezcan a las clases privilegiadas, necesitarán permiso superior para usar de sus caballos y de sus coches, permiso que no se conseguirá de balde y aumentará los ingresos del erario. Atendida la escasez progresiva que se nota en las arcas públicas y los elogios que se tributan a la legislación española, no podrá llamarse aventurada esta predicción.

Pero volvamos a la comparación entre el sistema central y el federal, para concluir de ella cuál de los dos es más dispendioso a la nación. Consideremos el tiempo transcurrido desde la independencia hasta octubre del año de 1824 en que se estableció la federación la época en que rigió este orden de cosas, y los últimos tres años en que ha vuelto a centralizarse el gobierno. ¿Cuál ha sido el estado del erario en estos tres periodos, y qué medidas se han tomado para cubrir sus atenciones? Las providencias legislativas nos lo dirán. En 2 de enero de 1822 se facultó al Generalísimo para procurar un préstamo de millón y medio de pesos, con facultad de hipotecar las rentas del imperio; en 16 de abril del mismo año, se estableció otro préstamo voluntario por el estado infeliz en que se hallaba el erario; el Generalísimo se ciñó la corona, y la hacienda llegó a tal estado de miseria, que careciendo en lo absoluto de metálico se apeló al triste recurso del papel moneda, lo que contribuyó bastante para que el héroe de la independencia perdiese su popularidad; en 11 de junio de 1822 se impuso un préstamo forzoso de 600.000 ps. sobre los consulados; en 11 de mayo de 1823 se abrió un préstamo extranjero de 8.000.000; en 27 de agosto del mismo año otro de 20; en 31 de enero de 1824 se facultó al gobierno para recibir prestado también del extranjero millón y medio de pesos. He aquí a la nación en solo tres años de un gobierno central, gravada en treinta y un millones seiscientos mil pesos. En los once años que duró el gobierno federal no se apeló a este triste recurso. Tan luego como hemos vuelto al sistema central, la plaga desoladora de los préstamos volvió a presentarse; en 21 de noviembre de 1835 se providenció un subsidio de uno por ciento sobre el valor de fincas urbanas; en 28 de junio de 1836 se impuso un préstamo forzoso de dos millones de pesos con desigualdad gravosísima a los ciudadanos, y con extorsiones tiránicas para hacerlo efectivo: en 14 de julio del mismo año se gravó a las fincas urbanas y rústicas con el dos y tres al millar sobre sus valores, imponiendo multas hasta el triple en caso de omisión, aunque naciese de olvido; en 30 del mismo mes y año se gravó a las negociaciones del comercio con un nuevo impuesto de patente con iguales penas, engañando al pueblo en las condiciones y términos con que se estableció; y sobre tantas gabelas se sacaron de entre el polvo de los archivos donde yacían olvidadas, las cédulas, reales órdenes y circulares del gobierno español, las más tiránicas, para confeccionar de todas ellas esa inicua ley de comisos que ha reducido a tantas personas a la mendicidad.

Cuál es el gobierno más dispendioso, ¿el que consumió en tres años treinta y un millones seiscientos mil pesos además de las rentas de la nación, o al que le bastaron estas para cubrir sus atenciones en todo el tiempo que subsistió? La respuesta nos la dan los últimos tres años. Cuando ya no existen las legislaturas ni la muchedumbre de empleados, objeto de tantas declamaciones; cuando todas las rentas las absorbió la metrópoli; cuando no paga esta a ninguno de sus empleados civiles ni a sus pensionistas y acreedores; entonces se decretan préstamos forzosos, contribuciones y subsidios, y todavía todo esto no es bastante para cubrir sus presupuestos.

Quejas y subsidios se llevan de la mano, ha dicho un antiguo axioma; y después de una época en que se ha extorsionado con demasía a una nación con impuestos, se sigue otra en que esta vuelve sobre sus intereses, comienza por quejarse, y acaba por administrarse por sí misma, arrebatando el poder a los que la han oprimido. Las cruzadas habían exigido inmensas sumas a las naciones europeas; habían cargado con diezmos y tributos a los propietarios para subvenir a los dispendios de sus expediciones: y dieron por resultado los consejos ingleses, las dietas alemanas y las cortes españolas. Los gobiernos monárquicos que sucedieron a la feudalidad, procuraron neutralizar el poder de los barones, dando importancia a las ciudades; y los ayuntamientos, que debieron a esta política su existencia, se encontraron bien pronto molestados por continuos pedidos de parte de los reyes, los que se negaban a obsequiar si no era en cambio de la supresión de algunos abusos; y de aquí se originaron los estados generales. Hasta aquí solo se ven figurar como elementos del poder, la fuerza y la riqueza; pero se extendieron las franquicias a proporción que se hacia necesario imponer tributos a todas clases. El elemento popular fue considerado ya que reportaba todas las contribuciones indirectas: fue llamado a las asambleas; pedíase en estas dinero y en recompensa se escuchaban las quejas del pueblo y se satisfacían en parte sus deseos. Los estados generales bien pronto fueron más adelante; el consentir los subsidios, dieron órdenes; de ahí pasaron a sancionar leyes; y de este modo las naciones europeas conquistaron su propia soberanía por tanto tiempo usurpada. La marcha de nuestros legisladores es de un orden inverso: su término será el punto de donde partieron las naciones que hoy llamamos cultas, a saber: la feudalidad y la barbarie. En proporción ascendente de las autoridades, se va exigiendo mayor riqueza en los ciudadanos para obtenerlas. Hoy, que las riquezas se hallan un tanto repartidas, podrán salir los altos funcionarios de una fracción social, igual quizá a una cien milésima parte del total de la población; pero si corren algunos años vigente el régimen actual, solo un número muy corto de familias se habrá apoderado de la autoridad pública; y seguras de mandar siempre y nunca obedecer, sus leyes serán constantemente gravosas a la mayoría y ventajosas para ellas. Contraigamos más la cuestión para que produzca todo su efecto la observación anterior: las fuentes de la riqueza se extinguen a consecuencia de haber centralizado la administración, según hemos ya patentizado; la miseria irá extendiendo sus límites; las riquezas se estancarán en los monopolistas y agiotistas; estos serán los únicos depositarios del poder; y la nación habrá caído en la oligarquía.

No queríamos tocar ninguna especie relativa a la organización que se ha dado al poder ejecutivo, por no vernos precisados a manifestar la tutela y estado de nulidad en que está constituido. ¡Incapaz para obrar el bien y poderoso para causar males! Nos ceñiremos, pues, a decir que no ha sido poca felicidad que este puesto haya tocado a hombres para quienes no estaban tendidas las redes. Esa formidable máquina del conservador, fue construida para batir a un coloso que cayó por su propio peso. Si el orden de los acontecimientos hubiera sido cual se esperaba, o la guerra civil más desastrosa consumiría a la nación, o a las leyes constitucionales del año 1836 hubieran ya pasado a enriquecer la historia. El primer gabinete de V.E. ha dado una demostración práctica del concepto que hemos formado de la organización del poder ejecutivo, cuando al despedirse ha dejado consignado en un documento oficial el motivo de su separación. Su conciencia, dijeron los secretarios, no les permitía permanecer en unos puestos donde les era imposible dar movimiento a una máquina tan complicada; pasaron a V.E. por testigo de esta verdad: y nosotros alzamos la pluma de esta materia, dejando a V.E. que tome en sus manos las riendas del gobierno, de engaños a la nación de si es posible en el puesto que ocupa hacer la felicidad del mayor número.

Si descendemos del supremo poder ejecutivo de la república al subalterno de los departamentos, es decir, a los gobernadores de estos, aun es más miserable la idea que de tales funcionarios debe formarse. Un gobernador destituido de hacienda y de fuerza armada es una autoridad irrisoria, incapaz de cumplir con las obligaciones que le impone la sexta ley constitucional. El cuidar de la conservación del orden público en lo interior de los departamentos, es la primera y puede llamarse la única de las atribuciones de los gobernadores, porque las demás son un corolario de esta; pero el orden público exige para su conservación establecimientos, como escuelas, hospitales y cárceles, que demandan rentas con que sostenerse. ¿Dónde está la hacienda departamental para cubrir estas exigencias? Muchos meses ha estado cerrada la escuela de esta ciudad, único establecimiento de educación pública que nos ha dejado el gobierno central, porque el administrador de rentas se negó a dar para los gastos de utensilios y sueldo del preceptor: en el hospital no se reciben los heridos que remiten las autoridades, si no son los militares que pagan su cama con el haber que vencen: y la cárcel se hubiera cerrado, a no sostenerse con los arbitrios, demasiado escasos, de la municipalidad. La idea peregrina de dar una constitución en piezas separadas, para que las legislaturas subsecuentes las combinaran, ha dado por resultado una galería de estatuas con su título de gobernado en la mano, que comenzará a moverse luego que una ley les inspire el aliento de vida que dejó olvidado un legislador semejante a Platón tan solo en lo impracticable de su República.

Una ley había de decir la fuerza armada que se había de poner a disposición de los gobernadores, y mucho tiempo hace que los bandidos cometen agresiones en los caminos y en las poblaciones, seguros de que aquellos tienen mucho que esperar para hacerse de ese medio de conservación del orden público. Los departamentos limítrofes de las tribus bárbaras, sufrían invasiones desde antes que se meditaran las siete partidas constitucionales: fueron desarmadas aquellas poblaciones, y sus gobernadores ven con calma talar sus hermosos campos, arder sus poblaciones y asesinar a los ciudadanos en espera de la ley que ha de disponer de la fuerza armada con que han de contar para tales casos. En igual expectativa se hallan respecto de la ley que ha de prevenir los términos en que han de vigilar sobre las oficinas de hacienda pública, porque la de 17 de abril del corriente año, muy lejos de dar intervención en este ramo a tales funcionarios, ha prevenido a los empleados de hacienda no obedezcan más órdenes que las comunicadas por los jefes superiores de la misma. ¿De qué servirá en estos puestos un hombre que abrigue ideas grandiosas, si está constituido en la imposibilidad de ponerlas en práctica? Nuestro gobernador medita el gran proyecto de abrir canales, construir puentes y caminos; pero sin la ley que le ha de detallar el modo con que debe vigilar las oficinas de hacienda, ni arreglará la aduana de esta ciudad, que después de haber bajado en la mitad de sus productos, ha aumentado en empleados, y seguirá dejando morir de hambre a todos los que viven a expensas del erario.

El poder judicial, ramo el más importante de la administración pública, no se halla menos resentido que los demás poderes con la nueva organización que se le ha dado, y con la última ley de arreglo de tribunales. Parece increíble, Sr. Excmo., que se haya padecido tal trastorno en el orden gradual de la moralidad de las acciones, que tenga más garantías un ciudadano cuando se ventila un punto sobre valor de cuatro mil pesos, que cuando se trata de la vida y honor de los asociados. La ley citada concede tres instancias en el primer caso y solo dos en el segundo. Es decir, la vida y el honor de un mexicano han pesado menos en la balanza de nuestros legisladores que el interés de una mezquina cantidad. La sustanciación y las fórmulas de los juicios, que en todas las naciones civilizadas se consideran como una garantía la más sagrada para librar al ciudadano de la arbitrariedad de los tribunales, padecen anomalías en extremo gravosas a lo que se ven precisados a ocurrir a ellos a ventilar sus negocios. Si esta ley se hubiera dado por personas que jamás hubieran visto el foro, no nos sorprendería la falta de previsión en las más de sus disposiciones. La que previene se sustituyan entre sí los jueces inmediatos en sus ausencias e imposibilidades, es la más gravosa para los litigantes: habrá desgraciado que solicitando una providencia violenta tenga que correr un número considerable de leguas en busca del juez inmediato, que si por casualidad está ausente, enfermo, imposibilitado por parentesco con alguna de las partes, o por otra razón, precisará al litigante a proseguir en busca de otro juez hasta haber recorrido dos o mas partidos en solicitud de la justicia. Si se entra ahora en el cálculo de los gastos que esto origina, se podrá concluir con demasiada exactitud, que en este país vale más dejarse despojar de sus propiedades, que defenderlas con tantas fatigas, gastos e incertidumbres.

No son los términos reducidos de una representación los que pueden comprender el número inmenso de quejas que debíamos presentar a V.E. Cada uno de los departamentos, principalmente los litorales, cuyos puertos se cerraron en beneficio exclusivo de los monopolistas, a más de los males que en general afectan a la nación, tienen los suyos peculiares: y esta ciudad con su distrito los cuenta en gran número y de mucha entidad. Con la emigración de los poderes, violentada por temores y caprichos, el propietario perdió parte del valor de sus fincas, así rusticas como urbanas, cuyos frutos disminuyeron notablemente. La escasez de numerario, consiguiente a la centralización de las rentas, disminuyó el valor de los frutos rurales y de todos los electos de comercio: el arrendatario de fincas rústicas ya no se puede indemnizar de la cantidad que dio en renta cuando los efectos y las fincas tenían más aprecio: el comerciante hizo quiebra, porque sus efectos acopiados se compraron en tiempo que tenían más demanda, y se han vendido cuando ésta disminuyó; los artesanos y demás gentes de salario, como desapareció de improviso un gran número de personas que los ocupaban, se han visto precisados a emigrar también; en suma, esta ciudad que progresaba sensiblemente, decrece y se consume del mismo modo, a consecuencia del nuevo régimen adoptado para la República.

La exactitud de las combinaciones políticas; y económicas del presente siglo ha desterrado para siempre los vanos prestigios que en otro tiempo sirvieran a los gobiernos de base. Nadie nace con derecho a gobernar a los demás hombres, ni por títulos divinos ni por usurpaciones inveteradas. Los gobiernos no son otra cosa que un elemento social, y el que desempeña mejor su programa, es el preferible: todo lo demás es una vana ilusión, palabras vacías de sentido. La abundancia y el bienestar se adquieren en la sociedad trabajando de consumo cada uno de sus miembros: el labrador produce; el artesano de nuevo valor a las materias primarias, y nos hace mas grata la existencia; hombres industriosos y sabios aumentan con sus descubrimientos las producciones y los artefactos; algunos nos libertan de los males físicos; otros defienden nuestras haciendas y honor; y un poder supremo protege a todos los asociados sosteniendo el orden y la libertad. Si este poder supremo corresponde a su objeto, es un elemento productivo digno de ser sostenido por todos los ciudadanos con la fuerza y la riqueza común; mas si se entrega a caprichos que arruinen la fortuna pública, ningún título puede valerle para conservarse, aunque llame en su favor al ciclo.

Los mexicanos por desgracia nos hallamos en lucha con las leyes que debieran ser nuestro principal apoyo, y la sociedad se disuelve si ellas no dejan de existir. Ocupe V.E. el segundo lugar después del héroe de la independencia, volviéndonos a dar patria, ya que por nuestros extravíos perdimos la que aquel nos dejara.

Artículo único a que reducimos nuestra anterior aposición:

Pedimos el restablecimiento del sistema federal.

Toluca, noviembre 21 de 1837.

La ciudad y el municipio de Toluca piden por la presente exposición el restablecimiento del sistema federal, 1837.

Context

This is a representation, not a pronunciamiento. It contains no explicit or implicit threat of insubordination. However, as was the case with the earlier “Exposición de la junta departamental de Durango a Anastasio Bustamante” of 30 October 1837, and the corpus of “exposiciones” and “representaciones” other departmental juntas launched over the next few months, it remains the case that a significant number of federalist provincial corporations – including these restless vecinos, - adopted the pronunciamiento dynamic of circulating their reasoned demands for constitutional change in the hope that were enough of these to do be made, the President would have no choice but to listen to the voice of the provinces and restore the 1824 charter.

WF

Notes

In Josefina Zoraida Vázquez (ed.), Planes en la nación mexicana. Libro tres: 1835-1840 (Mexico City: Senado de la República/El Colegio de México, 1987), pp. 123-128.

Transcribed by Germán Martínez Martínez and Revised by Will Fowler.

Original document double-checked by Natasha Picôt 12/1/09. COLMEX: J. Z. Vázquez Planes y documentos, Caja 16, Exp. 2, f. 9.

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Exposición del vecindario de Toluca (reactive-cum-proactive, supporting)
29 December 1837 ; Toluca, Estado de México

Pronunciamiento grievances

National (federalist, anti-constitution)

Political (federalist)

Proactive

Civilian

Personal (in favour of Anastasio Bustamante)

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